Cuando yo era chico, sabía que mi papá era “desaparecido”, eso implicaba por ejemplo que se lo habían llevado los militares, yo no sabía a dónde ni cuándo, ni mucho menos por qué. Otra cosa que no sabía era qué o quiénes eran los militares, el único dato era el color verde. Cuando pasaba un avión pensaba que ahí iba mi papá, creo que por eso los saludaba. Mi hermano Gustavo y yo teníamos la responsabilidad de no decir nada del asunto, nada y sobre todo a nadie. Ahora que lo pienso era una invitación inocente a no confiar, en nadie, cosa que de niño era más bien difícil, por ejemplo no podías decírselo a tus amigos (y menos aún a uno cuyo padre era policía). De esa manera casi llegabas a pensar que los buenos de tus amigos también podían ser los malos de tus amigos, sobre todo los hijos de policías.

De todo eso, ahora creo que lo único bueno, debe haber sido poder ver y entender tempranamente que los buenos y los malos pueden ser la misma persona. Estar en un CCD y Ex (Centro clandestino de detención, tortura y exterminio) en procura de ver lo que pasa y lo que pasó, todo al mismo tiempo. Lo que más me asusta no se ve. Estar ahí para dejar que aparezcan las preguntas. Escudriñando el espacio, el vacío, la luz y la sombra, los objetos que perdieron parte de su morfología, ¿signos muertos? Invitarme/nos a ver, a pensar, a sentir, a hablar de lo indecible, en imágenes. OLIMPO es uno de los Centros clandestinos que funcionaron en la última dictadura cívico-militar en Argentina. Los prisioneros eran recibidos con esta frase escrita en la pared: “Bienvenidos al Olimpo de los dioses”. Los centuriones.