Es por un corredor adecuadamente gris y oscuro que se va a la opción entre infierno y cielo. Quien procure la dramática opción, que sepa que es en un antiguo edificio de la Bibliothèque nationale de France (BnF) de la Rue Richelieu, y que la entrada sólo cuesta siete euros; algo accesible y un verdadero regalo para una viajera a París como yo.
Antes de entrar a la muestra Enfer ou Ciel (Infierno o Cielo) de Joel Peter Witkin, lo consideraba un muy buen artista; después de la experiencia visual que me regaló, pasé a respetarlo como a un maestro. Conocía muchas de las obras expuestas pero verlas allí me hizo reflexionar sobre mi propia existencia, sobre mis dudas y debilidades. Y cuando un trabajo te toca tan fuerte es porque es brillante.
El tránsito por el corredor escasamente iluminado que lleva a la muestra casi es parte de ella, pensé, porque nos va introduciendo en el clima adecuado para la observación que las fotografías y los grabados proponen.
Estar enfrente de estas obras, largamente esperadas, fue como enfrentarme yo misma a la entrada del cielo, o del infierno, todo depende de cómo se mire.
Estuve más de dos horas recorriendo la muestra (nunca había estado tanto tiempo en una expo individual), observando, mirando, viendo, escribiendo, dejándome llevar.
El tratamiento de la obra se palpa, se siente como en tercera dimensión, aunque esta solo exista virtualmente. Hay un trabajo de elaboración minucioso, en el que se nota que cada intervención hecha en la obra no fue al azar.
La exposición, cuya comisaria es Anne Biroleau, está compuesta por cerca de una centena de obras entre las que conviven las fotografías de Witkin (con obras de la década del 1980 hasta el 2011) y los grabados pertenecientes a la colección de la BnF (siglos XV al XIX). Obras de Albercht Dürer, Pieter Jaunsz, Max Beckmann, José de Rivera, Francisco de Goya, Pablo Picasso, por nombrar solo algunos.
El paralelismo es tal que la referencia a las obras nos acerca de manera fascinante a la obra de Witkin. La circulación de temas entre la fotografía y las otras artes genera un diálogo fecundo entre los maestros grabadores y Witkin. La iconografía cristiana y bíblica (María Magdalena en Meditación, El martirio de Santa Ágata, Adan y Eva) se alternan entre los mitos griegos y romanos (Leda y el Cisne, Dafne y Apolo). La relación temática existente entre las obras de los antiguos grabadores y los sujetos fotografiados es el nexo que suelta las amarras de su propia imaginación.
En la obra de Witkin conviven la compasión y la violencia, lo corporal y lo espiritual tal como se observa en el tratamiento dado a sus imágenes, en los que utiliza el collage, el grattage, el garabato, la incisión, tratamientos en cierta forma heréticos como también lo son les retoques visibles, el rasgado, las coberturas con encáustica. Todas técnicas que le dan a la fotografía una textura bien diferente contrapuesta a la clásica copia fotográfica. Es que el acto fotográfico en la obra de Witkin no es más que una etapa del proceso de creación. Él boceta, pinta sus fondos, elabora y le da una importancia crucial a todo este transcurso creativo. A través de todas las técnicas que utiliza, crea sobre “el original” las condiciones necesarias para asegurar el pasaje de lo imaginario a lo real. Pasaje que elabora de ida y vuelta entre estos dos conceptos que, generalmente, en la fotografía se conectan a la inversa. Y a partir de su propia práctica de grabado afirma los lazos que esta técnica mantiene con la fotografía.
El universo de Witkin se revela cargado de símbolos que nos muestran una interpretación muy personal de la idea de Dios.
El propio Witkin se refiere a sí mismo: “Soy un cristiano excéntrico que vive en el SXX (y XXI). Un artista romántico o fantástico….mi relación con los otros parte de los símbolos, no los acepto sin su forma intencional. Mis imágenes son una forma de escritura automática, la relación de mi conciencia”.
Uno de los temas más controvertidos de la obra de Witkin es la utilización de cadáveres en sus fotografías y una sexualidad fuera de la norma. Una cosa es creer que es un freak que trabaja con muertos y otra muy diferente es conocer cual es su intencionalidad al trabajar con cadáveres. Los muertos tienen posturas diferentes a la de los vivos y eso es lo que muestra. Están vacíos de espiritualidad en contraposición con la dimensión espiritual de su obra. Witkin está en desacuerdo con la cultura del relativismo y con lo políticamente correcto. Para él la vida es un combate y la muestra tal cual es realmente. La muerte forma parte del ciclo de la vida. Todo el mundo tiene miedo a morir, pero todo el mundo va a morir. Para él la muerte es la transición hacia la vida eterna, es un don sagrado. Su trabajo siempre ha mostrado lo esplendoroso y lo mísero de la condición humana. Éste ha sido, para él, el sentido del arte desde siempre. Asimismo habla de la deformidad que ha estado presente en la obra de Velázquez, Goya o de Dix; este tipo de sexualidad siempre ha existido.
Y es con sus propias palabras que pude darle clausura a esta vital experiencia: “Soy fotógrafo porque creo que tengo un don y es mi vocación. Mi oficio es el de crear imágenes que muestren nuestra época, imágenes que aportarán la luz en la oscuridad”.
Al final, narcotizada por las imágenes y el éxtasis, me dirigí al cuidador y muy educadamente solicité tomar una fotografía del lugar, simplemente como registro. Pero, paradójicamente para una fotógrafa, me lo negaron. Así que la única prueba que tengo de haber estado allí, es el ticket de 7 Euros que pagué para poder acceder al “Infierno o Cielo” que Joel me brindó, en definitiva, por tan poco dinero. La muestra fue del 27 de marzo al 1 de julio de 2012, BnF, Paris, Francia.
EDICIÓN ESPECIAL 80 AÑOS FCU. PARTICIPAN: Pablo Albarenga, Ana Oliva, Dina Pintos, Andrea Conde, Santiago Barreiro, Sofía Silva, Valentina Cardellino y Luis Alonso
PORTFOLIO / Mariana Greif
HISTORIAS / Mauro Martella
ENTREVISTA / Freddy Navarro
PORTFOLIO / Fidel Sclavo
EL ESPEJO / Rafa Lejtreger
ENTREVISTA / Walter Tournier