Mirando el pizarrón en el cuarto médico, encuentro que en el recuadro correspondiente a cada sala de nacer están anotados los detalles de la madre: edad; semanas de embarazo; si es primigesta o multípara; los tipos de partos anteriores; si tiene alguna alteración del embarazo y otros detalles para que el personal médico conozca con exactitud las condiciones de la paciente. Inmediatamente después del nacimiento, toda esa información se borra y es reemplazada por la palabra “puérpera”.
Desde 2015, Deborah Elenter ha fotografiado más de un centenar de nacimientos en hospitales públicos y privados del Uruguay. A través de su obra, la autora busca reflexionar acerca del lugar de la mujer al momento del nacimiento de un hijo. La intimidad del vínculo y la proximidad singular que caracterizan su trabajo le permiten concentrar su atención en la vulnerabilidad, las emociones y los sentimientos encontrados de la madre. Lejos de intentar una afirmación, su registro se impone como un cuestionamiento del imaginario y del discurso generalmente aceptado, buscando provocar un nuevo diálogo en torno a este tema.
“Ese, el que está arriba de la escalinata, se está copando todo”.
Corría el fin del invierno del 86 y voy cámara en mano a mi primera cobertura fotográfica en Uruguay después de un largo exilio: manifestación estudiantil frente a la Universidad en apoyo a la Revolución Sandinista de Nicaragua, la cual personalmente había pasado reporteando los últimos cinco años antes de mi regreso. Varios colegas, en su mayoría desconocidos para mí, por pura curiosidad se me acercan “chequeando” esa cara nueva que ametralla fotos a diestra y siniestra. Una fotógrafa, después de intercambiar datos, me explica que ella cubría para Brecha. Me cuenta, en tono de queja, que había otro recién regresado al país “igual que vos…” que después de cada nota o evento noticioso muy rápido recorría las redacciones ofreciendo su material, con diez, quince copias papel 20x25 a elegir. Eso, aquí en Uruguay, “nos mata a todos”. El susodicho personaje estaba en la manifestación y me lo señala, “… ese que está arriba de la escalinata...”.
Y ahí, como a diez metros de distancia, yo empiezo mi “escrutinio coleguista” sobre el personaje de la puerta de la Universidad: carga dos cámaras de mis preferidas, Canon FTb y F1 (¿tendrá una con diapositivas?); bolso Billingham (típico de los europeos, más fashion que útil comparado con el Domke gringo); cuando saca el rollo de la cámara lo etiqueta con marcador (es meticuloso); “encuadra con la mirada” y, recién después, rápidamente levanta su cámara y dispara; se mueve discretamente, intentando no llamar la atención… “Ta, este está en el mojo”, pienso yo, y me le acerco. Apenas lo saludo aparece una gran sonrisa detrás de espesos bigotes. Se presenta: Jorge Ameal, regresado del exilio de Chile (donde estuvo preso, según supe después) y de varios años de París.
Personalmente, intentando “aterrizar” de vuelta en Montevideo después de catorce años de ausencia, rodeado de colegas desconocidos fotografiando a jóvenes gritando consignas, en instantes le descubro a este personaje sus facetas que, muy marcadamente, siempre acarreó consigo: tremenda perseverancia y amor de su profesión, gran capacidad de producir, muy meticuloso en la composición y el encuadre, sistemático, discreto y, sobre todo, siempre irradiando buena onda.
El encuentro de la escalinata dio cuerda para más de treinta años de historia. Ahí comenzamos con Jorge ese nuevo transitar por los caminos del “regreso” que nos apuntalaron en pilares imprescindibles para cualquier Amistad (en mayúscula).
Misma sintonía por habernos formado profesionalmente en esas grandes escuelas de la fotografía, que fueron Paris para Jorge, o en mi caso cubriendo la “meca” periodística de los 80 que era el Sandinismo y la agresión político militar de Estados Unidos.
Misma pasión por la buena fotografía de autor, con base en los históricos como HCB, pasando por todos los documentalistas y fotorreporteros reconocidos. Largas discusiones sobre lo impresionante de Salgado, sobre el estetismo de Salgado, sobre lo comercial de Salgado, sobre la envidia a Salgado. Siempre admiré esa capacidad que tenía Jorge de estudiar a fondo todos los aspectos, matices, escritos de la vida de los fotógrafos reconocidos. No le alcanzaba con solamente “ver” las fotos de un autor. Buscaba entender, descifrar esas vivencias para intentar comprender porqué captaban esas fotos particulares.
Misma necesidad de compartir el oficio, esa necesidad de enseñar. Culpa del Safari Fotográfico de Rocha, impulsado en 1992 por Jorge Vidart, Jorge (Ameal) y yo terminamos dando clases en lo que fue el organizador de la actividad, el Foto Club Uruguayo (FCU). Lo más difícil, eso de encargarse de reformular y dictar el curso básico en el renaciente FCU, quedó en manos de Jorge, cuando Fotorreportaje, un nuevo taller en el FCU, quedó a mi cargo. Miles de alumnos aprendieron fotografía, de la buena, con ese “profe” que año tras año se entusiasmaba saliendo con ellos al puerto, a la rambla, al Parque Rodó; que se ofuscaba con estas nuevas generaciones enchufadas de continuo en sus celus; que insistía como pocos en que lo “analógico” es la base fundamental para entender la técnica digital; y que la cultura, cultura y más cultura general, esa, la de cabeza abierta, es la esencia de la fotografía. Siempre insistía en lo fundamental que es zambullirse en buena literatura, en buen cine y todo lo que se pueda en cultura e historia del arte.
Mismos recorridos profesionales, hasta que Jorge se autodecretó con un “no más fotoperiodismo para mí”. Creada por Rodolfo Musitelli y Oscar Bonilla, ingresamos juntos a la agencia Prisma (1988-1992). Cuatro años en los cuales Prisma fue un pequeño foco de conjunción de colegas intentando transitar el periodismo visual por otros canales, y sobre todo, exportarlo fuera de Uruguay. Estando en Prisma Jorge realiza un gran fotorreportaje genérico en Bolivia, buscando según sus palabras “descubrir esa otra América Latina” bien diferente al europeizado Uruguay. Disuelta Prisma, con Jorge integramos juntos el equipo del frustrado semanario Posdata (1994). Jorge reincide con el también frustrado semanario Tres (1996). Cuando por mi lado yo insisto en fotorreportear parte de América Latina para diversas ONG internacionales y organismos gubernamentales, Jorge definitivamente le baja la cortina al fotoperiodismo. En los siguientes diecisiete años él sigue con su enseñanza en el FCU y yo termino de editor y poco activo fotógrafo en la cruda prensa internacional de la AFP.
Diferentes, cuando Jorge tiene la voluntad, capacidad y perseverancia de documentar año tras año Iemanja, las Llamadas, San Cono, sus barrios preferidos de Montevideo, sus temas como “lectores”, sus ciudades enamoradizas como París o Nueva York, etcétera. No conozco en Uruguay un colega que a lo largo de los años mantenga a rajatabla tal disciplina, forma de trabajo. El fruto de ese abordaje sistemático a la fotografía año tras año en manos de un buen profesional inevitablemente resulta en la excelencia. El material logrado, cultivado y cosechado a lo largo de media vida es lógico que termine en una producción de muy buena calidad. Jorge lo hizo.
Diferentes, cuando personalmente me veo venir la aplanadora de lo cibernético me tiro de cabeza realizando con una cámara digital un gran fotorreportaje en Cuba en el 2004. Resultado, entre otros, de que Jorge “deje de hablarme” (casi…) por tremenda herejía. Las mesas del boliche de abajo del Palacio Salvo de seguro se cansaron de nuestras conversaciones sobre la “bipolaridad” analógica/digital.
Iguales, cuando a inicios de este año en Centro de Fotografía le solicita a Jorge que designe un curador para una gran muestra suya sobre Montevideo a exponer en el 2019, me lo pide personalmente. Tremendo honor. Iguales, cuando los dos coincidimos que eso de “curadores”, para este tipo de expos de un solo autor activo, no tendrían que existir.
Subjetivos, cuando hace unos cuantos años Jorge me insistió sobre la gran diferencia sobre objetividad versus imparcialidad en las comunicaciones y subjetivamente coincidimos.
Subjetivamente coincidimos incluso hoy mismo, Jorge con sus fotos y yo escribiendo estas líneas.
Daniel Caselli
EDICIÓN ESPECIAL 80 AÑOS FCU. PARTICIPAN: Pablo Albarenga, Ana Oliva, Dina Pintos, Andrea Conde, Santiago Barreiro, Sofía Silva, Valentina Cardellino y Luis Alonso
PORTFOLIO / Mariana Greif
HISTORIAS / Mauro Martella
ENTREVISTA / Freddy Navarro
PORTFOLIO / Fidel Sclavo
EL ESPEJO / Rafa Lejtreger
ENTREVISTA / Walter Tournier